27 de enero de 2011

Aromas de Taboexa en mi barrio

Los del Barrio del Pilar estamos de enhorabuena. Y no es para menos. Hace unas semanas ha desembarcado en el vecindario una tienda de productos gallegos, "Casa de Breogán", que tiene de todo, de todo lo bueno. Les sirven a diario desde Verín y a la entrada cuentan con varias bandejas para degustar su género. ¡Es una gozada pasar por allí!

Es cara, eso sí, pero te despachan pan de verdad,  pan do país, de ese que se hace en horno de leña; hogazas de centeno;  empanadas de carne, de xoubas, de atún; melindres; bicas; roscón;  dulces de leche; requesón; miel... Bueno, y ¡tienen huevos de gallina de gallinero!... de los de la yema amarillita. También grelos y patatas recién traídas de la finca. Chourizas, pernil y unto. Orujo, vino, augardente...

Quería contaros esto porque hoy he estado allí y el aroma de la tienda es similar al de la cocina de mi abuela Narcisa... Olor a pueblo, a mimo, a amor por el producto cultivado en la tierra. De eso se carece bastante en la ciudad, por eso, descubrir negocios cimentados en los productos del campo es una bocanada de aire fresco en el asfalto.

Así que sí. Creo que los dueños del establecimiento han acertado con la oferta de productos y con el emplazamiento (somos muchos los gallegos en esta zona de Madrid). A ver si tienen suerte y salen adelante vendiendo calidad y tradición. 

Por mi parte, ¡bienvenidos!

Por cierto, si pasáis por la calle de La Bañeza, a la altura del número 34, echadle un vistazo al escaparate. Seguro que caeréis en la tentación.

26 de enero de 2011

Pepe do Barreiro, mi abuelo

Abuelo, hace ya mucho tiempo que te marchaste para siempre aunque, en realidad,  te habías ido mucho antes, cuando se nubló tu entendimiento y apenas eras una sombra del hombre al que aprendí a escuchar y respetar durante los veranos de mi infancia.

Mi abuelo, Pepe do Barreiro
De aquellos días recuerdo tu media sonrisa, tu sentido del humor y el tesón propio de los hombres de campo, trabajadores incansables. Por eso quiero rendirte este pequeño homenaje, para dejar constancia de mi agradecimiento por lo mucho que aprendí a tu lado y al de la abuela. 

Mis primeras imágenes de Taboexa las ubico alrededor de mis cinco años. Yo apenas entendía el gallego y tú te empeñabas en soltarme parrafadas, bien largas, de las que apenas comprendía la mitad. ¡Qué tiempos! Mi madre siempre cuenta que aquel verano estuviste un buen rato pidiéndome que te llevase unha zarapalleira y que yo daba vueltas por la cocina sin saber qué traerte, mientras que a mi lado había una pila de trapos... Ay... Supongo que entre aquellos discursos y el resto del ambiente, se me quedó la lengua que ahora comprendo sin problemas y hablo a trastabillas.

Era yo una cría cuando te ponías al frente de los mayores de la casa para salir a regar de madrugada, lloviese o no, con un foco para alumbrar el camino y las veigas...Y después, durante la mañana, te encargabas de xunguir os bois para ir con el carro a limpiar el monte de toxo, piñas y madera; o te encaminabas a las fincas a recoger el millo que previamente habíais segado; o comenzabas a cortar la leña para alimentar la cocina. Pocas veces estabas sentado ocioso. Siempre tenías algo entre las manos: afiabas a fouzaña, debullías o millo, mientras liabas con una sola mano el tabaco de tu eterno pitillo, que posteriormente se transformó en los cigarrillos "celtas" cuyo olor invadía toda a eira.

Ahora, cuando cierro los ojos, la memoria me devuelve imágenes de ti algo borrosas...como si el tiempo se empeñase en desdibujar tu figura. Sin embargo, conservo perfectamente almacenados pequeños retazos de tus charlas, a media tarde, mientras se escondía el sol. Y también se asoman a mis recuerdos tu planta de hombre apuesto, esbelto y gallardo, y tus brazos fibrosos, tatuados durante la guerra civil que se llevó por delante la  inocencia de toda una generación de jóvenes españoles. Pero lo que siempre tendré presente son las sensaciones que supiste transmitirme y el respeto por el campo. Impresiones que han marcado mi sensibilidad y mi amor por Taboexa.  

Pese al paso del tiempo, todavía me detengo a escuchar el  cántico del agua cayendo en el pilón de delante de casa, y cuando el cielo se torna anaranjado, momentos antes de la puesta de sol,  te recuerdo, abuelo, mirando hacia el infinito. Con tu chapeau bien calzado sobre la cabeza y el bastón, firme, entre las manos. Perdida tu vista en el coto de Santa Cristina mientras se ocultan los últimos rayos.

Dicen que sólo el olvido nos hace desaparecer definitivamente. La familia te sigue recordando, abuelo. Te llevamos en el corazón.